La nueva Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario aprobada recientemente en el Congreso pone sobre la mesa una realidad que lleva años preocupando a la industria alimentaria: tirar comida no solo es un problema ético, también es una enorme pérdida económica y un atentado contra la sostenibilidad.
Desde FIAB (Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas) lo tienen claro: esta ley cumple tres objetivos fundamentales. El primero, social, porque promueve un reparto más justo de los recursos. El segundo, ambiental, porque desperdiciar menos implica usar menos recursos naturales, generar menos residuos y reducir la huella ambiental. Y el tercero, económico, porque producir alimentos que acaban desechándose es simplemente ineficiente.
¿Y qué tiene que ver esto con la gestión documental?
Muchísimo.
En muchos casos, las pérdidas de alimentos vienen acompañadas de una falta de trazabilidad, de una mala coordinación entre empresas o de una gestión de documentación caótica. ¿Cuántas veces un excedente no se dona porque falta un papel? ¿O un subproducto no se revaloriza porque nadie tiene claro en qué punto del proceso se generó?
Ahí es donde la tecnología puede marcar la diferencia.
Con plataformas como Trackline, las empresas alimentarias pueden automatizar toda la gestión documental relacionada con su cadena de valor: desde la producción hasta la donación, desde el control de calidad hasta la generación de nuevos productos a partir de subproductos. Todo queda centralizado en un solo lugar, accesible, trazable y con validez legal. Sin errores humanos, sin correos que se pierden, sin papeles olvidados en un cajón.
FIAB también apunta que esta ley no parte de cero: el sector ya lleva años donando alimentos y aprovechando subproductos. Lo que hace la ley es armonizar, poner reglas claras y exigir que todo esté documentado. En ese sentido, contar con una solución como Trackline no solo facilita el cumplimiento legal, también convierte a las empresas en aliadas activas contra el desperdicio.
El gran reto ahora es pasar de la teoría a la práctica. No basta con querer reducir el desperdicio. Hay que tener procesos claros, ágiles, y herramientas que hagan posible esa eficiencia. Automatizar, organizar y trazar son acciones clave para cumplir con esta ley y, de paso, construir una industria alimentaria más justa, más limpia y más rentable.
Porque al final, evitar que un alimento se pierda no es solo una cuestión de conciencia. Es también una cuestión de organización.